Entre la variedad de verduras y frutas podridas que se tiran nuestras inefables fuerzas políticas figuran en lugar preferente las constantes apelaciones al pasado, donde cada uno se pone en la mejor vereda acreditándose éxitos e ignorando o minimizando fracasos. Tanto los primeros como los segundos son absolutamente relativos, y cada uno de esos sectores apoya –con ceguera digna de mejor causa– a cada fuerza según cómo le haya ido en la feria. Egoísmo fatal, ya que una sociedad se compone de muchos factores, y la habilidad de una administración política es contemporizar sin perjudicar a unos en desmedro de otros. Todos sabemos que esa administración política es una utopía y que no hay país en el mundo en el que todos estén contentos y se sientan bien tratados. Pero lo más cerca que cada gobierno esté de esa situación ideal será bienvenido. Ahora bien, ¿pueden nuestros dirigentes, con una mano en el corazón, afirmar que la puesta en marcha y la vigencia de sus eternos planes de reestructuración para sacar al país del pantano, la encrucijada, la crisis, el caos, el desorden o el infierno han dado los resultados previstos beneficiando a unos sin hundir a otros? Este dinosaurio que escribe no lo cree. Ni la parafernalia populista entronizadora de mafias sindicales, ni la vieja oligarquía, ni los vanos intentos socialdemócratas ochentosos, ni el contubernio menemista-liberal de los noventa ni todas las variantes intermedias –el desbarajuste aliancista con corralito y crisis 2001 incluidos y la devaluación obligatoria a la pujanza discutible de la era K– han sido realmente eficaces. La educación retrocedió sin prisa y sin pausa, la clase media argentina (otrora baluarte social) fue puesta en el tacho de la basura. No olvidemos los horrores de la "tablita", la plata dulce que se hizo amarga, la trampa mortal del uno a uno, el engañapichanga del tres a uno, las privatizaciones más desprolijas, la perpetua pelea con los productores agropecuarios, los atropellos a la libertad individual, al derecho de disentir, el derecho a la vida humana, la tortura como método interrogatorio habitual, el deterioro de nuestras fuerzas de seguridad, el desprecio por nuestra industria o su opuesto, el proteccionismo indiscriminado que traba la libre competencia; la creciente inseguridad, la lentitud de la Justicia y la escalofriante sombra de la represión. Recordemos. Recordemos y comprobemos que cada uno de los que gritan y se rasgan las vestiduras tuvo participación en muchos de esos procesos, como también nosotros, los ciudadanos, nos dejamos arrastrar por euforias. Nadie está libre de pecado, pero nuestra responsabilidad es infinitamente menor. Cometemos errores un día al poner el voto equivocado en la urna o golpeando a las puertas de los cuarteles pensando que la solución estaba en la dictadura, pero luego los que prometen una cosa y hacen lo opuesto son ellos, los inefables, los que piden que recordemos el pasado en el que la fueron de "hombre invisible", diciendo lo contrario de lo que sostienen hoy. Todos los modelos se han aplicado mal; por lo tanto, nadie puede defender ninguna posición ideológica con seriedad. Lo único cierto e indudable es que Dios nos regaló un país con infinitas posibilidades. Me gustaría que privatistas, estatistas, liberales y socialistas hicieran historia sin negar el pasado ni glorificar horrores. Sería un alivio.
Por Enrique Pinti
Para LA NACION
11/07/07
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